
Reunión familiar
Allí los envolvió la muerte en su final.
Hesiodo
Sentémonos a platicar en casa
alrededor de la redonda mesa
de cemento construida por mi padre
debajo de las láminas oscuras
de la cocina. Vivos o difuntos
debemos coincidir en hora nona
en torno del reloj de piedra-luna,
uno por cada muesca de la daga
en los huesos. Sentémonos ahora.
Hay asuntos pendientes: fantasmales
golpes, el esternón adolorido
de las jaulas, el polvo y tanto polvo
por no poner un ramo de ternura
sobre la losa, acaso nuestros miedos
frente al patio oscuro. Son tan pocas
las ocasiones para estar reunidos.
Sentémonos, familia, y enlacemos
nuestras manos, hueso con aire, aire
con hueso hasta que el vacío termine
sus premuras entre las dos orillas
en la mesa sin principio ni fin.
Di en préstamo mi voz para que tejan
pacientemente sus historias, sobre
todo los que callaron sus secretos
en el torrente de las veleidades,
con su verdad a medias y sus faltas.
La magnitud de las hormigas tasa
la fría losa de las multitudes
de las que somos parte en veta y polvo.
El techo, los pasillos, las ventanas,
las manchas de salitre en las paredes,
las puertas clausuradas con cadenas,
el olor de los cirios, las ortigas,
los muros condenados al escarnio.
A pesar del derrumbe de la casa,
de los cuartos vacíos, del fogón
sin cenizas, la mesa permanece.
Mirémosla: en el centro habrá un puñado
de sal como metáfora de súplica;
los granos de maíz serán tributo
a las divinidades creadoras;
una iguana a los pies de cada ente,
encarnado o desencarnado, trece
jícaras guardarán el equilibrio
que logre apaciguar al inframundo.
No sólo los enseres ilusorios
tendremos en la mesa, pues la sal
será la que sazone la comida;
el maíz y sus triángulos nutricios
germinarán feraces en nosotros;
veremos con los ojos de la iguana
el discurrir tranquilo de la vida,
pozol con miel aliviará el esfuerzo.
De aquel linaje pongo las tijeras,
hostia solar, la cruz de Jesucristo,
la rosa de Castilla, los milagros,
las planetarias órbitas, el átomo,
las nebulosas y sus huracanes
que ejemplifican las reencarnaciones.
La mesa de cemento, dura lápida
sin principio ni fin, nos ha reunido
en amistosa charla de silencios.
Son iguales la arena y la montaña,
los albos nimbos y las margaritas,
el alma con la carne. Somos uno
en la disparidad como los dedos
de las manos con los siete colores
de la semana. Mas estamos juntos
en torno de la mesa de cemento.
Esta voz no es la mía, es la de todos.
En cada una de las frías muescas
de la carátula del reloj alguien
manifiesta su acuerdo o desacuerdo
y no hay cuco o fantasma ni a las doce
de los quantum en el ningún ahora.
La mesa de cemento, la redonda
mesa de los fantasmas familiares,
la mesa sin distingos, jerarquías,
la mesa en lo más hondo de la casa.
Platiquemos, familia, de aquel tiempo
de nosotros y sólo de nosotros
antes que las agujas y los picos
y zapapicos de las aves dicten
el minuto preciso de marcharnos
porque cielos y muros se desploman
hasta cubrir la mesa de cemento.
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Ramón Iván Suárez Caamal. Calkiní, Campeche 1950. Radica en Bacalar, Quintana Roo desde 1983. Ha publicado más de 30 libros entre poesía, poesía para niños, narrativa, manuales de creatividad y libros de texto. Entre los premios que ha obtenido figuran el “Jaime Sabines” 1991, el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños, 2010, el Premio Internacional de Poesìa para Niños, Ciudad de Orihuela en España en 2011, el Primer Concurso Nacional de Poesía Ilustrada para Niños, 2013, Instituto Literario de Veracruz y el XII Premio Internacional de Poesía Infantil, 2014. Colección Luna de aire de la Universidad de Castilla- La Mancha.