Nada de este mundo: la expresión de la poesía
Nada de este mundo, de Víctor Coral entraña una suerte de clave poética e irónica. La poesía, nos dice Víctor Coral, marca una diferencia entre el lenguaje, mundano, común a todas las personas, y otro lenguaje más allá de la mera referencialidad, producido por la “inspiración”, las musas, el duende, etc. Por otro lado, dicho título pareciera que nos dijera que el poemario tratará sobre cosas metafísicas. Pero no, rápido descubrimos que el universo imaginado por el poeta está lleno de cotidianeidad:
La cebolla
Hay que pelarla
muy despacio
con ritmo pausado
pero incesante
Ir quitándole
túnica
tras
túnica
sin miramientos
ni llantos
Dejarla reducida
a ese magro ápice
transparente
Entonces quitarle
su nombre
y su ser:
arrojar
el ápice
al fuego
El juego de Víctor Coral, creo yo, es el de decirnos la funcionalidad de la poesía, muy necesaria en nuestros tiempos, que se basa en observar las profundidades de un objeto o hecho y extenderlo más allá de su mero ser o acontecer, ese al que nuestro lenguaje de todos los días lo ha anclado. En ese sentido, por ejemplo, la cebolla no es ya sólo esa verdura, sino todo el universo descrito en el poema y más, de acuerdo al lector, que, en palabras de Octavio Paz: “Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: Ya lo llevaba dentro”. Así, la cebolla es el vegetal que habita nuestras cocinas, pero también el descascaramiento descrito en el poema, el fuego descrito en el poema y lo que le termine por connotar al lector.
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La poética emprendida en Nada de este mundo, recuerda mucho a las reflexiones de Gary Lachman emprendidas en El conocimiento perdido de la imaginación. En el capítulo dos se preocupa por indagar el origen del lenguaje humano y nos dice que su inicio no fue como la lingüística quiere creer: un lenguaje puramente referencial, más de lo que es ahora, atravesado, siglos después, por una malla poética que le dio el color y la textura que ahora tiene. Para Lachman la primera manifestación del lenguaje fue algo parecido a la poesía, cuyo fin era, sí, referenciar las cosas, pero sin la estricta separación entre lo interior y lo exterior, lo objetivo y lo subjetivo, lo vivo y lo muerto, y el hecho y la imaginación que (hoy en día) experimentamos nosotros. Es decir, el primer lenguaje no sólo reconocía a la cosa, sino que la reconocía relacionándola como parte intrínseca de un todo. Esto es lo que nos recuerda la poesía que emprende Víctor Coral en este poemario. En particular, su estilo sobrio, claro, el cual evita en todo momento el artificio lingüístico, sobrecargado. En el poema “Peso” leemos:
Un cráter no es un abismo
Una fosa no es un foso —aun
que los una la misma ausencia
Sólo nuestros corazones pesan
Sólo ellos
son profundos y vacíos
La belleza del lenguaje poético es su alta capacidad de potenciar los significados de las palabras. En el anterior poema, lo vacío y lo profundo de un cráter, abismo o foso pasan a significar dentro de la palabra corazón; al hacerlo, los términos se resignifican, y pasan a connotar interioridades, complejos sentimientos, que de ninguna otra forma pudieran ser explicados. El autor sabe esto, conoce bien que una imagen no sólo se define por la inteligencia, el brillo de su creación, sino por su carácter irrepetible: no hay otra manera de expresar lo que imagina el poeta, aún explicar la imagen sería crear otra distinta.
He dicho que la poesía que Víctor Coral nos entrega en este libro es sencilla, cono antes mencioné. Lo es porque al poeta le interesa que lenguaje eche en marcha un engranaje particular, oxidado hoy en estos días en que lo mecánico vale más que lo imaginativo, hablo del engrane de lo referencial-poético:
Poética
Hay que coger la palabra
apresarla entre el pulgar
el índice
y el anular
—tenaza fugaz—
y
con los dientes
despegar el silencio
de su revés
Desde este engranaje, el poeta se asoma al mundo y lo describe. El suyo no es uno inmóvil, que se puede asir con la objetividad del observador o con el conocimiento que busca reducir el mundo a breves expresiones, sino uno que depende y se encuentra completamente validado por la libre percepción humana. El universo poético, de esta manera, no existe hasta que el lector lo hace existir con su imaginación.
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